miércoles, 7 de marzo de 2012

¡ Indignaos, comprometeos y ser ambiciosos!

No son mis palabras, sino que pertenecen a los viejos luchadores por la libertad Edgar Morin y Stéphane Hessel. Estaba ojeando el Magazine del Grupo Noticias cuando me he quedado atrapado por la preciosa entrevista a estos dos optipesismistas ambiciosos como ellos mismos se definen.

“Los optimistas piensan que las cosas ya se arreglarán, los pesimistas piensan que no hay nada que hacer…Y luego están los ambiciosos. Y yo creo que la ambición es un producto de la resistencia. Cuando uno ha sido resistente en su vida, y nosotros dos lo hemos sido en un momento dramático de la historia de Europa, se conserva la voluntad de crear algo mejor. La resistencia es creadora”, termina la charla Hessel, después de escucharle a Morin decir que “Por eso hablo de esperanza. La esperanza no quiere decir que todo vaya a ir bien, sino que es posible. Si nosotros actuamos quizá tengamos la oportunidad de encontrar la buena vía. Eso es la esperanza”.

¿A qué da para darle una vueltas al bolo? Sobre todo cuando viene de dos personas de 90 y 94 años respectivamente, que nos dicen que nos levantemos del sofá y que hagamos algo. Que ellos ya resistieron una guerra mundial y que ahora ¡es nuestro momento!.

Sobre todo en esta época de crisis global y multinivel, en el que el pesimismo, la resignación y “el no hay nada que hacer” se está adueñando de todos nosotros junto a aquello de que “la culpa siempre es del vecino”. Siempre del otro. Bien sea en forma de banqueros, que son unos tiburones, los políticos, que son unos corruptos y los empresarios, que son unos explotadores. Pero eso, sí, yo en lo mio. Inmaculado Rozando la perfección. Como bien dice Javier Elzo, en un individualismo placentero y protegido (o por lo menos exigiendo que sea protegido).

¿Exagero? Puede ser. Pero esta semana en la radio, cuando dije aquello de que, “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, por parte de los otros dos contertulios se me dijo que no, que estaba culpando al ciudadano de a pie de la crisis mundial cuando la culpa es del sistema. Dichoso sistema. Que ya vale de responsabilizar al ciudadano de unas culpas que no son suyas.

De acuerdo. Las responsabilidades no son las mismas. Obviamente. Faltaría más. Pero alguna tenemos. Porque no somos sinceros con nosotros mismos y queremos tapar nuestras miserias en cara ajena. De ahí, tanta crispación social. O, nadie se acuerda de “aquellos préstamos para irse de vacaciones”, o de “aquel crédito personal sobre horas extra” o de “aquella tasación de la vivienda por encima del valor real de la misma, para pagarse el amueblamiento y el coche”. Hemos pasado de una situación en la que la marca del coche, el destino de las vacaciones o el tipo de vivienda te orientada sobre los ingresos del respetable a otro en la que, como todos teníamos derecho a todo, la confusión reinaba en la noche. También es verdad, que gracias a ello se ha movido la economía, ha habido consumo y se ha creado empleo. Pero el coste ha sido muy alto. Hemos gastado, y todos, lo que no teníamos. Por lo menos reconozcámoslo. Porque del diagnóstico común viene la terapia efectiva.

¿Qué terapia?, si no hay nada que hacer dirán algunos, mientras siguen sentados en el sofá. Resistir, nos dirá Hessel. Tener esperanza añadirá Morin. ¿Pero cómo, nos preguntamos? Con ambición de transformación, nos responderán.

Si miramos a la economía, sólo con austeridad, sacrificios y recortes, la economía muere, el paro crece y con ello los recursos públicos decrecen y la deuda se convierte en imposible de devolver. Hay que estimular la economía, apoyar al emprendedor, al que quiere crear, ayudar a la empresa, invertir en formación (en habilidades, idiomas, en salir fuera para volver…) y generar redes flexibles, innovadoras y competitivas entre la empresa, los centros tecnológicos y la universidad. Esta tiene que ser la apuesta, la prioridad y eje de actuación principal de las instituciones. De nuestras instituciones. La gran apuesta.

Si miramos a la política. Lo tenemos que hacer con pasión. Con ganas de cambiar las cosas. Empezando por los partidos políticos. Completamente necesarios en democracia. Hacen falta partidos fuertes, abiertos, sanos. Para que vuelvan a ser agentes de transformación social, más allá de la toma de poder. Es su razón de ser. Su acta de nacimiento. Porque el cambio es posible. Y esto se consigue abriendo las ventanas. Y que corra el aire. El aire de la sociedad de la que tienen que respirar. Eso es, respirar.

Y si miramos a Europa. Pensando en Europa, por encima de elecciones francesas, alemanas o italianas. Esto es por encima de interés localistas, que son los intereses de los Estados. Hay que planear más alto y superar el actual estado de parálisis y avanzar hacia una verdadera comunidad política. Una Europa unida y a la vez diversa. Una Europa de las personas, de tú y yo, de vosotros y nosotros. De todos. La verdadera Europa, social y democrática de derecho. La Europa de los valores humanos. Nuestra seña de identidad y carta de presentación en el mundo.

Difícil, pero posible. Porque como bien dice Morin “en la historia siempre a existido lo improbable y se han producido acontecimientos felices”. Este puede ser uno de ellos.

¿Cómo? De entrada, mirando más allá del sofá en el que estas sentado. Porque, te has preguntado alguna vez, ¿qué es lo que puedes hacer tú por los demás, en lugar de creerte el centro del universo y estar preguntándote que es lo que deben hacer los demás por ti?

Piénsalo. Mejor dicho, pensémoslo.

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