lunes, 12 de julio de 2010

"Ponme un cafelito"

ASIER ARANBARRI. Portavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales

“De mayor quiero ser indigente”. Una frase jamás pronunciada. Aunque vivamos en la sociedad del mínimo esfuerzo, nadie desea tirarse sobre cartones. Un día se acomoda uno en un banco y siente que la muerte le sube por las piernas y las brumas le invaden la cabeza. Le vence el cansancio. Cierra un ojo. Luego el otro. Y acaba tumbándose. Así se empieza. Supongo yo. La mayoría nos pasamos media vida juzgando unos a otros e intentando llegar a ser algo, y la otra media, tragando Prozac y leyendo recortes de autoayuda que se nos amontonan en la mesilla. Eso, en el mejor de los casos. O en las mejores casas. Mientras una gran mayoría vivimos pegados al espejo y consumiendo productos light, hay quien vive permanentemente al lado de un precipicio, sin saber cómo matar las horas en la calle y sin tener nada con que llenar el estómago. Porque no todos partimos del mismo punto. O sí. No se sabe cuándo, uno se puede ver traspasando la línea entre llevar corbata y portátil, cambiar pañales, celebrar aniversarios de boda y dormir entre sábanas lavadas con suavizante, a ir tirando de un carro de supermercado cargado de cartones y bolsas de plástico; a buscar entre la basura, y a ver pasar la vida bajo algún pórtico dentro de un cuerpo que apenas cambia de postura horizontal a vertical. Gente de la calle. Gente invisible. Gente no muy alejada de un estereotipo del que todos queremos huir. Gente como tú y como yo que acaba entrando y pidiendo un cafelito en Aterpe. Justo hace unos días visitamos a Itziar y Pottoko, las almas máter, y su gente, en ese albergue que Cáritas tiene en Donostia. Entré, bajando las escaleras de un local de la calle Pedro Egaña 7, sabiendo que iba a subirlas al rato. Hay quien entra y no puede salir porque no tiene llaves de casa. No hay casa, no hay llave. Y hay quien entra para ayudar a quien no puede salir. En Aterpe, atienden al día a unas 80 personas. El día que estuve comieron más de 40 usuarios. A lo largo del año, hacen varias campañas en diferentes colegios donostiarras y son los centros los que donan el género para el primer plato. La cocina es cosa de los voluntarios que les toca enfundarse el delantal y el gorro de cocinero ese día. De postre, nos sirvieron pasteles. Dulces como los abrazos. Precisamente, la mayoría de los usuarios de Aterpe son personas que no han podido mantener su red familiar y social. Los abrazos se convierten en cosa del pasado. El presente es de los recuerdos, casi siempre amargos. No existen cuentas en Facebook, ni mensajes por el móvil, ni tarjetas de crédito, ni carné del polideportivo. Dependiendo del deterioro, el objetivo de los educadores de Aterpe puede ser volver a integrarles en su tejido social, trabajar su promoción personal o, en el caso de que sea crónico, intentar reducir daños. Son los protagonistas de un fracaso social. Víctimas de su propia incapacidad para afrontar problemas. En Aterpe, se les acompaña en todo su proceso personal empujándoles para que se levanten y no vuelvan a hundirse. Sin mimos. Sin dejar margen a las debilidades y a la dejadez. Por eso, ni siquiera tienen camas. Tienen simplemente unas hamacas para que huyan del frío nocturno. No pueden permitirse el lujo de darles la oportunidad de apalancarse y acomodarse de por vida. Pero, Aterpe es, ante todo, un imperio del voluntariado donde amasan cada día montañas de solidaridad. Un mastodonte que se mueve, firme y seguro, por la labor de los más de 150 voluntarios no sólo de Donostia, sino de toda Gipuzkoa. Los que empiezan, dicen, acaban enganchados. No se arrepienten. Algunos van una vez por semana, otros una vez al mes a dormir. Son los héroes del siglo XXI. Aunque, hoy por hoy, si no sales en la tele, no existes. Y yo me pregunto ¿a quién le apetece dormir al lado de un indigente?, ¿a alguien que está esperando pasar la vida y se le va el día contando que ha dado el paseo matutino, leído el periódico y cosido el bajo del pantalón?; ¿a un estudiante que está deseando que llegue el sábado para irse de potes?; ¿a un jubilado preocupado por la falta de calcio de sus huesos?; ¿a una ama de casa caritativa ?... Pues, no sé cuál es el perfil de esta gente ni con qué don ha nacido, pero gente buena, la hay. Y se ve en Aterpe. A unos los mueve la fe. A otros, ver la pobreza en estado puro. Sienten que, si no hacen nada, algo les come las entrañas, al igual que hacen las carcomas con la madera. Y hay quien se acerca por su altísimo grado de compromiso social. Dentro de las paredes de Aterpe, nadie se atreve a decir que vivimos en una sociedad sin valores. Si todos los hombres somos iguales, está claro que algunos se perfeccionan. Aterpe es el escenario de un ejercicio diario de ética y humanidad. Ver a los voluntarios trabajar te hace bajar del burro de inmediato. Sudas y te sonrojas. Callas. Metes las manos en los bolsillos. Preguntas en voz baja. Es una burbuja en la que el mero visitante asiste casi atónito a una realidad que nos empeñamos en soterrar, bajo el bullicio de la ciudad, el parpadeo de los semáforos, los bocinazos y los taconazos. No miramos a otro lado porque estemos llenos de complejos y prejuicios, sino por simple desinterés. “La sociedad no es nada acogedora”, me dice Pottoko. Algunos creen que estamos en el inicio de la decadencia de la sociedad del bienestar y auguran una vuelta –de la gran masa, no de una minoría- a los valores tradicionales antes de que todo se desinfle. Una sociedad sin valores es como un discurso con estilo pero sin contenido. Concienciarnos y aprender a meternos en la piel ajena es labor de todos. Pero como político y como alcalde, tampoco puedo lavarme las manos. Los Ayuntamientos tienen una gran responsabilidad a la hora de actuar ante las personas sin hogar. Los técnicos han de saber que Aterpe es el último recurso, un refugio en el que una vez dentro, es muy difícil salir. Desde las instituciones tenemos que intentar tender una mano antes, agilizar procesos sin esperar a que el “enfermo social” como los llama Pottoko, acabe en un cadáver social, porque “una cosa es derivar a la gente a Aterpe y otra, mandar a la deriva”. A todos vosotros, usuarios, educadores y voluntarios, un abrazo solidario.

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