ASIER ARANBARRI URZELAI Portavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales de Gipuzkoa
Un poquito de por favor. ¡Ay de nuestros culos!
Consumistas y cómodos. Y pragmáticos, utilitarios, poco reflexivos, indiferentes. A grandes rasgos, es lo que dicen que somos. Hablamos de la sociedad guipuzcoana. O de la sociedad actual a secas. De mí y de ti. De todos nosotros. Dejamos de rezar el rosario y de tener el culo cuadrado. Hoy nuestros traseros son más bien triangulares, de tanto practicar spinning. Y nuestros cerebros, semilleros de viejos deseos y pocas voluntades. Según los profesores, en las aulas impera la idea del mínimo esfuerzo. ¿Y en las calles?, ¿en las fábricas?, ¿en los bares?... ¿A qué se debe, por ejemplo, que tantos jóvenes quieran ser maestros? ¿Por vocación, porque es una carrera que se saca con la manga o porque “cobran bien y tienen muchos días de vacaciones”? En Finlandia, uno de los primeros países a nivel educativo, hace falta un master en educación y muchísimas horas de prácticas en escuelas. ¡Ay, nuestros jóvenes!, decimos, sin caer en la cuenta de que son nuestro propio espejo. Y es que, aunque la vida sea muy corta, no podemos vivir como si el Cola-Cao de la mañana fuera el último porque lo de “carpe diem” mola, y atragantarnos cuando toca rentabilizar nuestras capacidades y acatar responsabilidades. La sociedad somos todos. Es responsabilidad de todos construir una Gipuzkoa competitiva y humana. O humana y competitiva. Los titulares de prensa abruman. No hay quien no pierda los papeles si tiene por vecinos a jóvenes tutelados con problemas de integración. Tampoco queremos cerca ni residencias ni cementerios. Y los contenedores de basura que los coloquen junto al siguiente portal, no vaya a ser que los huela desde la ventana aunque mejor si no tengo que cambiar de acera por si me da por bajar en pijama. Nunca hay lista de espera para acoger a niños de Chernobil o el Sahara. Arrinconamos a los mayores y exclavizamos a los aittittes y amamas para que cuiden de los nietos. “Si te pegan, pegas, y nada de poner la otra mejilla”, aconsejamos a nuestros peques. Defensa propia. Y lo que es para llorar es que lo hombres trabajamos en casa según la nómina de la mujer. Una prueba más de que nuestra subconsciencia funciona las 24 horas del día. A pesar de la crisis, tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas. Es un hecho innegable. No hay más que mirar al mundo. ¡Vaya suerte hemos tenido los que hemos nacido aquí!, ¿no? Pues agradecémosle al mundo y trabajemos para mejorar el planeta empezando por mejorar Gipuzkoa. ¿Cómo? Intentando hacer bien las cosas sin escatimar esfuerzos y con muchas dosis de amor propio. “Házme un bocata de chistorra. Con mucho cariño”, pedía el otro día un cliente. Pues éso. Hagamos las cosas con cariño. Y si hace falta con sudor y lágrimas. Es lo que nos va a salvar de esta maldita crisis y aquello que hagamos será lo que dejemos en herencia a las generaciones futuras. Porque, como padre, me pregunto a menudo cómo diablos puedo inculcar a mis hijos la cultura del esfuerzo. Supongo que dando ejemplo. Diferenciando los verdaderos problemas de los que no lo son y visitando de vez en cuando, como si fuera un museo, algún que otro hospital , para tomar el pulso a la vida real aunque nos tiemblen los pelos. Sí, deberíamos pasearnos por los pasillos de los hospitales y residencias de ancianos, por las oficinas de Cáritas o del INEM. Y pararnos a pensar. Reflexionar nos haría más sensibles, más respetuosos con el prójimo y hasta más valientes. Todos deberíamos de ponernos en la piel de quienes sufren. De lo contrario, vamos por la vida como gallos. Lo bueno es que hay quien lo hace. Más allá de estudios que nos tachan de consumistas y cómodos, hay quien se burla de las estadísticas y dedica parte de su tiempo a pasear con personas afectadas por el síndrome de Down, quien se preocupa de donar su sangre, quien sale pitando en una ambulancia de la Cruz Roja para salvar vidas, quien enseña euskera a su vecino marroquí... O estudiantes que se sacan unas perras currando detrás de una barra el fin de semana; nietos que cuidan a sus abuelos aligerándoles el miedo a morir; jóvenes que ceden su asiento en el autobús a una embarazada; chicos y chicas que saben donde está la línea entre el bien y el mal...
Y todo eso sin que los mueva el dinero ni el sexo. Son justamente los valores citados los que a mí me han enseñado en casa como a otros muchos vascos. El pueblo vasco se ha erigido sobre esos valores y los llevamos en los genes. Y hablando de familia, estaría muy bien que las tres diputaciones hiciéramos un esfuerzo por conciliar la vida familiar y laboral porque el actual modelo social nos lleva a vivir acelerados todo el día y lo que es peor, llegamos al la hora del baño de nuestras hijas e hijos enrabietados y cansados de los avatares del día. En ese sentido, hay mucho que hacer todavía. Una de las medidas a estudiar sería dotar de incentivos fiscales a las empresas que facilitan la conciliación.
La pena es que hoy nadie compite por tener valores. Parece que áquel que se esfuerza en algo bueno es el tonto de turno, mientras que los que sacan provecho de los demás se presentan como los espabilados. Y casi nos lo creemos. Ahora que los reality shows están tan de moda, alguna productora podría promover uno en el que los concursantes ponen a prueba sus verdaderos valores. Recordemos: nada se consigue sin esfuerzo. Con el de todos, este pais puede llegar muy lejos. Los vascos sabemos hacerlo aunque las encuestas nos pillen, de vez en cuando, medio despistadillos.
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