jueves, 14 de julio de 2011

El cielo entre guiris, porras y toros

Cuando la vida es en blanco y rojo, todos somos E.Hemingway. En Pamplona, el infierno y el cielo se funden como la noche y el día, mientras corre la cerveza barata en botellas de plástico de Coca-Cola. La nevera azul turquesa forma parte del atuendo colectivo, como único elemento rompedor en un hervidero bicolor. Nadie sabe a dónde va. La cosa es ir. No hay indignados con quienes compartir porras; extraños y conocidos, son todos dignos y dioses de la fiesta y el exceso. Los jardines se convierten en alfombra para quienes deseen roce y para quienes depositen sus huesos hasta que sus cabezas dejen de dar vueltas; los guiris, entre jotas y letras de Shakira, se integran en menos de 37 minutos, vamos, antes de acabar de tararear el famoso “7 de julio, San Fermín”; los toros descansan en sus corrales a la espera de que los focos los descuarticen, mientras los fieles contemplan al santo morenico y la fuente de Navarrería se convierte en testigo de un ritual que a muchos se nos antoja un suicidio exhibicionista. Pamplona es un animal que cosquillea a todo el que se le acerca. Sólo las emociones producen semejantes aglomeraciones. Emociones que se esfumarán con el “Pobre de mí”.
Mientras le doy a la tecla, estoy viendo un reportaje sobre Nagore Laffage en la televisión. No nos hemos olvidado de su nombre pero, ¿cuántos recuerdan cómo se llamaba su asesino?
Sí es sí. No es no. En Pamplona y en el mundo entero.

A todos los que estáis a punto de recoger vuestro saco de dormir y habéis hecho de Pamplona un pequeño cielo, ¡sonreír! No hay año sin Sanfermines. ¿Verdad Ernest?

Y os cuento todo esto porque este año no he podido estar y, como que lo echo en falta...

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