El Palacio Intsausti de Azkoitia ha acogido esta semana un pequeño homenaje a Ernest Lluch, en el X aniversario de su muerte, de la mano de la RSBAP por la estrecha vinculación que mantuvo el político, profesor y escritor catalán con la sociedad.
Los asesinatos nos cortan la respiración, generan víctimas, y traen aniversarios. Recuerdos y aniversarios.
Ante el recuerdo de personas como Ernest Lluch sobran las palabras. El mejor sinónimo del dolor es el silencio.
Pero hay silencios que hablan y espero que éste sea uno de ellos.
Porque la sociedad vasca lleva mucho tiempo gritando en silencio. Siente todavía pudor a la hora de mirar a las víctimas, porque hay gente que, sencillamente mata o ha matado. Y ha matado en su nombre, en mi nombre, como vasco que soy. Y eso indigna y avergüenza aunque ETA no tenga absolutamente nada que ver ni conmigo ni con la sociedad vasca.
Y hoy por hoy, a pesar de los tiempos de esperanza sigue habiendo gente que vive acompañada las 24 horas del día y se desayuna todos los días con una buena dosis de impotencia y valentía para seguir viviendo.
Aún así y desde la firme condena a ETA y a toda violencia terrorista hay que seguir apostando por el dialogo entre diferentes. Por mucho que seamos muy escépticos ante los últimos acontecimientos hay que abrir todas las puertas posibles para la consecución de la tan ansiada paz. Una paz justa y verdadera.
Es la única forma de avanzar. A pesar de los abismos que podemos encontrar en el camino. Así lo hizo Ernest Lluch y a pesar de que le costó la vida hay que seguir adelante. Murió a destiempo, contradiciendo a su destino. Ante la muerte, todos somos iguales. Manda el tiempo. Ante el asesinato, mandan los pistoleros. ETA cortó la vida de Ernest. Es verdad. Pero no su pensamiento. Porque no hay pensamiento que maten, mutilen o callen las armas. Por mucho que duelan no matan. Por eso estamos aquí, testigos y relevo del pensamiento de Ernest. Cada uno desde nuestra prisma, desde nuestro punto de vista, desde nuestro matiz pero con la voluntad de caminar juntos. De hacer el futuro juntos.
Por ello hay que mirar adelante. Siempre adelante. Con la mirada levantada y la mano tendida. Lo contrario sería una muestra inequívoca de una derrota definitiva de la sociedad vasca. Lo contrario sería la asunción del dolor. Y no podemos convivir ni con la derrota ni con el dolor estéril, porque eso nos mutilaría como país.
El dolor de las víctimas tiene que servirnos para hacer de Euskadi un cobijo para todos, por diferente que sea. Ernest Lluch no fue indiferente a ese sentimiento y no le perdonaron. La Euskadi de Ernest es también nuestra Euskadi. Por ello nosotros seguiremos su senda.
Sobre todo, en esta sede, casa natal de los Caballeritos de Azkoitia. Un lugar donde no cabe otro espíritu que el de la apertura de mentes y la construcción de puentes desde un profundo sentimiento de lo vasco.
Ellos, que saborearon la libertad, alcanzando la cumbre de la vanguardia, desde su condición de vascos y su profundo amor a la tierra vasca se abrieron al mundo de par en par, son nuestro mejor ejemplo.
Porque dónde hay reflexión, debate, diálogo, tolerancia y respeto, la violencia no cabe. Ojalá los recuerdos y los aniversarios sirvan a las generaciones futuras.
Porque en Euskadi, como en Azkoitia, cabe todo, pero no todo vale.