viernes, 24 de septiembre de 2010

Homenaje a Ernest Lluch

El Palacio Intsausti de Azkoitia ha acogido esta semana un pequeño homenaje a Ernest Lluch, en el X aniversario de su muerte, de la mano de la RSBAP por la estrecha vinculación que mantuvo el político, profesor y escritor catalán con la sociedad. 

Los asesinatos nos cortan la respiración, generan víctimas, y traen aniversarios. Recuerdos y aniversarios. 

Ante el recuerdo de personas como Ernest Lluch sobran las palabras. El mejor sinónimo del dolor es el silencio. 

Pero hay silencios que hablan y espero que éste sea uno de ellos. 

Porque la sociedad vasca lleva mucho tiempo gritando en silencio. Siente todavía pudor a la hora de mirar a las víctimas, porque hay gente que, sencillamente mata o ha matado. Y ha matado en su nombre, en mi nombre, como vasco que soy. Y eso indigna y avergüenza aunque ETA no tenga absolutamente nada que ver ni conmigo ni  con la sociedad vasca. 

Y hoy por hoy, a pesar de los tiempos de esperanza sigue habiendo gente que vive acompañada las 24 horas del día y se desayuna todos los días con una buena dosis de impotencia y valentía para seguir viviendo.

 Aún así y desde la firme condena a ETA y a toda violencia terrorista hay que seguir apostando por el dialogo entre diferentes. Por mucho que seamos muy escépticos ante los últimos acontecimientos hay que abrir todas las puertas posibles para la consecución de la tan ansiada paz. Una paz justa y verdadera.

 Es la única forma de avanzar. A pesar de los abismos que podemos encontrar en el camino. Así lo hizo Ernest Lluch y a pesar de que le costó la vida hay que seguir adelante. Murió a destiempo, contradiciendo a su destino. Ante la muerte, todos somos iguales. Manda el tiempo. Ante el asesinato, mandan los pistoleros. ETA cortó la vida de Ernest. Es verdad. Pero no su pensamiento. Porque no hay pensamiento que maten, mutilen o callen las armas. Por mucho que duelan no matan. Por eso estamos aquí, testigos y relevo del pensamiento de Ernest. Cada uno desde nuestra prisma, desde nuestro punto de vista, desde nuestro matiz pero con la voluntad de caminar juntos. De hacer el futuro juntos.    

Por ello hay que mirar adelante. Siempre adelante. Con la mirada levantada y la mano tendida. Lo contrario sería una muestra inequívoca de una derrota definitiva de la sociedad vasca. Lo contrario sería la asunción del dolor. Y no podemos convivir ni con la derrota ni con el dolor estéril, porque eso nos mutilaría como país. 

El dolor de las víctimas tiene que servirnos para hacer de Euskadi un cobijo para todos, por diferente que sea. Ernest Lluch no fue indiferente a ese sentimiento y no le perdonaron. La Euskadi de Ernest es también nuestra Euskadi. Por ello nosotros seguiremos su senda.

 Sobre todo, en esta sede, casa natal de los Caballeritos de Azkoitia. Un lugar donde no cabe otro espíritu que el de la apertura de mentes y la construcción de puentes desde un profundo sentimiento de lo vasco. 

Ellos, que saborearon la libertad, alcanzando la cumbre de la vanguardia, desde su condición de vascos y su profundo amor a la tierra vasca se abrieron al mundo de par en par, son nuestro mejor ejemplo. 

Porque dónde hay reflexión, debate, diálogo, tolerancia y respeto, la violencia no cabe. Ojalá los recuerdos y los aniversarios sirvan a las generaciones futuras.

 Porque en Euskadi, como en Azkoitia, cabe todo, pero no todo vale. 

 

 

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Liderar desde la oposición

Al final, Urkullu y Zapatero han cerrado la transferencia de las políticas activas en 472 millones de euros, cuando los socialistas vascos se conformaban con 300. ¿No hubiera sido eso burlarse de la sociedad vasca?, ¿les suena lo de la “mercancía averiada”?... Si el PNV hubiera dejado la cosa en manos del Lehendakari, seríamos víctimas de un fraude monumental maquillado de buenas intenciones estatutarias y envuelto en papel de regalo. Pero seríamos, ante todo, pobres,  mucho más pobres. Y a tragar la bola, que ni a López ni a Basagoiti se les indigestaría.

 Sin embargo, el tándem Urkullu-Erkoreka ha logrado que el Gobierno de Madrid pague  parte de su histórica deuda con Euskadi y empiece a mostrar con hechos que el Estatuto de Gernika no es la receta del cocidito madrileño, sino un compromiso de obligado cumplimiento por respeto a todos los vascos y por la indignidad que se le presupone a quien no cumple su palabra. 

Adiós al INEM. A partir de ahora, será Lanbide, el Servicio Vasco de Empleo, el encargado de adoptar y gestionar las medidas dirigidas al desarrollo, promoción y creación de empleo. Entre otras competencias, el Gobierno de Lakua tendrá en sus manos la gestión de las ayudas a empresas para la contratación de trabajadores, así como de la formación profesional.  

Esta transferencia adquiere aún una mayor relevancia en la época de crisis. Euskadi tiene activados todos los mecanismos para generar empleo y ganar en presencia y en competitividad, con toda una red de centros tecnológicos, agencias de desarrollo, empresas punteras, universidades, etc. para salir exitosos de esta urgente fase de internacionalización en la que hemos entrado con tal de no depender de un único mercado. Y esta transferencia nos dota de una plataforma más desde donde despegar y decidir qué destino dar a esos 472 millones de euros, como sería por ejemplo, ofrecer formación a los parados para que vuelvan a tener un empleo cuanto antes. Hasta ahora, ese tipo de decisiones no las podíamos tomar nosotros.

 Y se ha visto que con cada transferencia hemos salido ganando con creces. Sin duda, y a pesar de que el Estatuto de Gernika siga cojo, el de ayer es un día histórico para Euskadi. Como lo será para Rodríguez Zapatero. El PNV ha demostrado una vez más tener capacidad de liderazgo aún en la oposición. Tenía dos opciones: mandar a casa a Zapatero y volver con los brazos vacíos y con Rajoy de mandamás, o barrer para casa, ya que López ha demostrado no saber usar la escoba. Eso es hacer política. Llegar a acuerdos para que las reivindicaciones de los vascos se hagan realidad. Y siempre, siempre, siempre, mirando por el bien de Euskadi.

 Si no, otro gallo cantaría. 

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martes, 21 de septiembre de 2010

Hay goles que unen

(Estracto del discurso ofrecido en el marco de los Cursos de Verano de EHU/UPV)

Ahora que acabamos de estrenar la nueva camiseta de la Real y mi partido está peleando en Madrid para que Euskadi cuente con una selección vasca de fútbol, digo que Sara Carbonero e Iker Casillas han hecho este año, sin querer, mucho más por mantener el orden constitucional español que el gabinete de Zapatero con toda su maquinaria. Es lo que me ha venido a la cabeza después de la celebración de la Diada en Catalunya el pasado fin de semana. Y me pregunto: ¿tan complicado es dar curso jurídico-legal a nuestro sentimiento deportivo? Ahí tenemos a los escoceses y a los galeses. ¿Y por ello se le cae la corona a la reina de Inglaterra? Igual, el problema es que si aflora la verde, también lo puede hacer la catalana o en su caso, la gallega. Y es entonces cuando se resquebraja la española. ¿O no? Los goles unen al pueblo. La identidad adopta forma en el campo de fútbol. Zapatero lo sabe. Por eso, será una conquista difícil pero antes o después estoy convencido de que la verde jugará los mundiales de futbol. ¡Sin duda! Pero es que, si uno no reconoce lo suyo, está perdido. Uno de los peligros de hoy en día es que el presente, un presente que nos invita a buscar un placer continuo e inminente, nos haga perder el sentido de la historia, el sentido de lo que somos. Es cierto que el pasado está quieto, que los muertos no hablan. Pero también nos ofrece un terreno abonado para que las generaciones presentes y futuras desarrollen la conciencia de una identidad propia que va más allá del sentimiento de pertenencia a  un mero espacio territorial. Es mucho más. Hablo de pertenecer a una colectividad, a un pueblo, a un país. Porque fuimos, somos y queremos seguir siendo un pueblo. Por historia y por voluntad. Si el siglo XX ha sido el siglo de los estados, el XXI será el siglo de las naciones. Aunque tampoco habremos inventado nada. Humboldt, para quien la verdadera patria es el idioma, vio en nosotros un pueblo con un hecho diferencial claro, vio una nación. Era el año 1801. Antes, Landázuri había hablado de “país vascongado”. O previamente Aita Larramendi, que acuñó el concepto de República de las Provincias Unidas del Pirineo uniendo los siete territorios vascos. Tenemos un modo de ser propio, pero abierto al mundo. Respetamos y pedimos respeto. La historia nos avala. La voluntad nos revela. Ya Cánovas de Castillo, y tras la abolición de los fueros, compensó al pueblo vasco con el concierto económico. Supuso un reconocimiento implícito de la personalidad del pueblo vasco. Son de sobra conocidos los episodios posteriores sobre la lucha por la reintegración foral, los Estatutos de Estella, Gernika o el Nuevo Estatuto Político cortado de cuajo en las Cortes Generales. Son todos intentos de preservar nuestra identidad. El sentimiento identitario es como querer a tu madre o a tu padre. Un derecho individual de ejercicio colectivo. Se nos reconoce como tal, porque contamos con elementos identitarios, el principal, el euskera. No hay Euskadi sin euskera. Somos vascos. Sólo vascos. Ni mejores ni peores que otros. Y no caigamos en la trampa del Lehendakari Patxi López cuando habla de 2,5 millones de identidades. Cuando el Euskobarómetro pregunta por sentimientos de pertenencia no relaciona 2,5 millones de posibilidades. Relaciona dos, combinadas o no. Hay que respetar ese sentimiento. Y el respeto significa en la Euskadi del siglo XXI crear un nuevo modelo de convivencia basado en un nuevo pacto donde además de respetarse todas las expresiones de ser vasco, éstas se den en pie de igualdad dentro de un sistema plural, abierto y lo suficientemente flexible para desarrollar con absoluta libertad nuestro sentimiento identitario. Y a su vez, hay que buscar un acuerdo de mínimos comunes que permita un desarrollo económico, social y cultural puntero a nivel mundial. Porque sencillamente queremos seguir siendo lo que somos. Vascos y europeos. El nacionalismo vasco ya estaba en Europa cuando otros estaban preparando los fusiles para abrir la etapa más negra de la reciente historia de este país cerrando el paso a Europa durante 40 largos años.  Lo seguirá estando. Yo quiero una Euskadi libre. Es por ello, por lo que tenemos que avanzar para acordar un nuevo modelo de convivencia entre identidades. Hablo del sentimiento identitario, no del sentimiento ciudadano. No es un estado emocional sino administrativo el que compartimos los ciudadanos de la CAV. Yo me siento hijo de mis padres, pero por sentimiento, no porque lo diga el Libro de Familia. Ya veremos luego cuál ha de ser el marco jurídico-político que lo sostenga. Porque hablar de identidad vasca, además del aurresku, la txalaparta y la txapela, es también hablar de universidades, centros tecnológicos, biociencias, surf, ciclismo o cambio climático. Identidad no es exclusión, como modernidad tampoco es homogeneización. Abogo por la identidad vasca y la ciudadanía europea. Tenemos que estar abiertos al mundo pero con los pies en la tierra vasca. Con un claro sentido de pertenencia, responsabilidad y compromiso con el avance colectivo. Ésta es mi forma de entender el nacionalismo. Mi nacionalismo ni es excluyente, ni es racial, ni es clasista ni es antiespañol. Mi nacionalismo, nuestro nacionalismo, defiende el progreso, la pluralidad, la participación, la comunicación, la autenticidad y la libertad de elección. Seguimos con la mano tendida y este otoño puede ser una buena oportunidad. ¿Para qué? Para hacer de Euskadi una nación competitiva, solidaria y cohesionada con un estilo propio de hacer país, un estilo vasco, y desde una acción pública excelente en su gestión. En definitiva, MÁS Euskadi, con MÁS en Europa.

 Asier Aranbarri Urzelai

Alcalde de Azkoitia y Portavoz del EAJ-PNV en las JJGG de Gipuzkoa

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