miércoles, 1 de septiembre de 2010

Nuestro futuro tiene un precio

Hay  quien siempre coge las vacaciones en enero por miedo a que le pase algo ese año y se quede sin disfrutarlas. Para la mayoría, la rutina se rompe en agosto. Entramos en otra vorágine que vuelve a agobiarnos porque las vacaciones son para pasarlas bien o muy bien, y claro, eso también da mucho trabajo. Mientras Zapatero esquivaba las colas de gente ansiosa por ver la Copa del Mundo y contemplaba el bebe gigante de Coixet que solo le falta babear, aquí hemos estrenado la nueva camiseta de la Real, nos hemos hecho con los libros de texto de nuestros hijos, hemos sabido que Julia Roberts iluminará Donostia  y  hemos asistido al inicio del nuevo curso político que viene marcado por las elecciones forales y municipales de mayo.
Urkullu y Egibar han arrancado con un mensaje claro: más autogobierno para Euskadi por los presupuestos del estado. Eso es hacer política. Negociar por los intereses de un país. ¿Tiene algo de “desafiante” poner las cosas claras desde el principio? Por supuesto, es al Lehendakari al primero al que le toca defender los intereses de este país. Pero, ¿cómo va a ir López a negociar si en lugar de sentarse en frente del ejecutivo de Madrid, va a compartir asiento con él para rasgar hasta el último euro de esos 480 millones que debería abonar a Gasteiz por la transferencia de las políticas activas de empleo? Para hacer piececitos con compañeros de partido, mejor quedarse en casa, ¿no? Me contaba el otro día un viejo amigo que ronda los 90, que él junto a otra docena de mozalbetes fue uno de los primeros en liberar Guadalajara en marzo del 39. “Llevaba 40 paquetes de tabaco. Por uno de ellos, te daban un reloj. Yo repartí los 40 paquetes y no me hice con ningún reloj. Y estoy orgulloso de ello”. La anécdota que dice mucho de la generosidad de este caballero, no vale en política. Sobre todo, porque está en juego el futuro de todos nosotros. Si tras más de 30 años, no se ha cumplido lo pactado, desafío o no, está más que justificado poner en jaque a quien no cumple su palabra. Si es que no queremos llorar por las oportunidades perdidas. 

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