Hay dos clases de personas: los que están de pie antes de que suene el despertador y los que se pasan la vida esperando a que suene la alarma para acatar su pequeña condena diaria arrastrando sus pies y cargando con su cerebro, ese pequeño y desconocido órgano de algo más de un kilo que no para un segundo. ¡Qué gran alivio si esa masa de sesos funcionara como uno de esos robots limpia alfombras, que hacen todo por sí mismos y sin pedir cuentas a nuestra conciencia! “Con una vida profesional tan activa, ¿no hay días en los que preferirías vivir de etiquetar latas de sardinas?”, le pregunté a un señor que lo había conseguido casi todo en la vida a base de esfuerzo. “Prefiero dedicarme a cosas que me quitan el sueño a hacer cosas que me dan sueño”, me dijo. De pequeño, le tocó pelear por cada croqueta en una familia de demasiados hermanos. Por aquel entonces, no se hablaba de valores. Se predicaba con el ejemplo. El respeto a los padres, profesores y personas mayores tampoco se discutía. Ahora que no nos hace falta contar croquetas ni hermanos, vemos que algo no funciona. Hemos confundido conceptos y hemos hecho de la “libertad”, mal interpretada, un ejercicio de blandenguería y relativismo, cuando libertad es poder decidir. Decidir con responsabilidad. Y responsables o no, hemos hecho que nuestros adolescentes sueñen una y otra vez con ser funcionarios: “para vivir bien”.Aun así, soy de los que piensan que vamos a mejor y no de aquellos que continuamente suscriben que antes éramos mejores y teníamos más valores. Lo mismo decían nuestros abuelos con respecto a nuestros padres y nuestros bisabuelos con respecto a nuestros abuelos. Y mientras la vida sigue.
Pero sí es verdad que muchos jóvenes ya no quieren ser médicos, ni arquitectos, ni abogados. Les suena a ratón de biblioteca. Mucho menos, camioneros, torneros o panaderos. Les suena a pobre. Casi a indigno. Vivir bien es otra cosa. Básicamente es gastar. Despilfarrar. Se van extinguiendo ciertos gremios y algunas costumbres. Ya los chavales han dejado de ir de portal en portal vendiendo boletos para hacer el viaje de fin de curso. “Que mi hijo tiene que mendigar para vender las papeletas, pues se las compro todas y se acabó”. De un tacazo. “Que mi hija necesita trabajar los veranos de camarera para sus caprichos, pues me quedo yo sin vacaciones de Semana Santa y se acabó”. El problema es que con cada “san se acabó” los padres firmamos un futuro de frustraciones para esos chavales que nunca han escuchado un no. Y luego viene la tan paternal frase de “les hemos dado todo y …”
Si la sociedad, que somos todos, no se impregna de la cultura del esfuerzo, pierde músculo, firmeza. Se vuelve vulnerable, débil, se arrastra, incapaz de correr. De los que un día pasaron hambre está lleno el círculo de triunfadores. Y eso no ha cambiado. Hoy en día, el emprendedor no lo es por casualidad, lo es por necesidad. Si no hay necesidad, no hay esfuerzo, no hay emprendedor, no hay empresa, no hay inversión ni negocio, no hay trabajo, no hay sueldo. Alguien dijo que lo importante no es hacer cosas nuevas, sino hacerlas como si nunca nadie las hubiera hecho antes. Para cuando unos van, otros vuelven. Nos cruzamos en el camino con chinos, indios, rusos… Ofuscados en nuestra comodidad, no les vemos venir. En realidad, para vivir bien tenemos que esforzarnos más. La generación que nos precede no lucía bíceps de gimnasio, pero eran perchas esculpidas de sol a sol. Bien, ni tanto ni tan calvo, podríamos decir.
Precisamente, para intentar darle un vuelco a esta situación, hemos puesto en marcha Baloreen Eskola o la Escuela de Valores. Un proyecto que nace con poco dinero y con grandes perspectivas de abrir un cauce para el diálogo, para la reflexión, para una actitud positiva y emprendedora ante la vida, con el fin de generar un activismo emprendedor. Si algo bueno nos ha traído la crisis es precisamente un mayor movimiento por crear fórmulas de autoempleo o exitosos intentos de reconversión de empresas en cooperativas en las que el trabajo y las personas priman por encima del capital. Es ahí donde se ve el gesto solidario de la sociedad vasca y el potencial que seguimos teniendo como pueblo y sociedad. Pero, claro, hay que cuidarlo. Necesitamos una mayor unión de sinergias entre centros educativos, universidades, empresas e instituciones. Para que la cosecha sea rentable, hace falta sumar formación, buenas comunicaciones, inversión en innovación y valor añadido, y sobre todo, mucho esfuerzo y muchas ganas de complicarnos la vida.
Baloreen Eskola pretende dar una respuesta lo más enérgica posible a todo ello. En definitiva nace para fomentar el valor del esfuerzo, del emprendizaje, del saber hacer. De todos esos valores de los que nunca se ha tenido que hablar hasta que los hemos visto tambalearse.
La Escuela, en la que figuran como socios fundadores, la RSBAP, los Jesuitas de Loyola y la Fundación Loiola Berrikuntza arrancará su trayectoria con la participación también de diferentes Ayuntamientos y centros escolares con las que desarrollará su primera experiencia piloto. No es pues, un proyecto comarcal ni político, sino social. Su tamaño será directamente proporcional al deseo de participación de diferentes asociaciones o de ciudadanos de aquí y de allá . El único requisito es ser del tipo de personas que están de pie antes de que suene la alarma del despertador. O de los que están dispuestos a ello. Beti aurrera!
Leer más...
Extracto