miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los valores son como el turrón, que no falten

Los peques andan revueltos por estas fechas. No saben qué pedir al Olentzero o a los Reyes o a quien toque. Tienen de todo. Y los padres andan enredados en busca de algo que “llene” a sus hijos la noche mágica. Pero claro, tiene cosa el tema. Tiene que ser algo “didáctico”, no vaya a ser que echemos el dinero y encima nuestros descendientes no nos salgan tan lúcidos como, por lo menos, nuestros ídolos. Siempre guapos e inteligentes. Ha habido intentos hasta de pegar un cambio estético a nuestro carbonero, siempre ennegrecido, poco fino, y con barriga de quien disfruta de buen saque. Es la imagen de la calle. Ataviados con buenos abrigos y con más bolsas que dedos en la mano, comprar se vuelve en una adicción. Para quienes pueden. Otras muchas familias andan pensando qué excusa poner porque saben que el idílico Olentzero puede convertirse en un invisible de cuidado que rompe las expectativas de hasta el más conformista. Recuerdo como mi primer disgusto serio el saber que los Reyes Magos no venían de Oriente. Disgusto para hijos y alivio para padres. 

Hace medio siglo, una bolsita de caramelos era todo un lujo para la mayoría de niños de familias medias de este país. Comer cordero asado, también. En poco tiempo, nos hemos convertido en ricos. De no saber lo que era viajar en avión hasta la luna de miel, hemos pasado a recorrer el mundo en bicicleta en busca de aventura; de no salir a cenar por el peso de la hipoteca y por acostar a los niños a su hora, a no entrar en casa a menos que hayan anunciado una ciclogénesis; de trabajar los sábados mañana y tarde a currar 35 horas semanales; de ir a la romería de tanto en tanto a potear a diario; de memorizar las preposiciones y los adverbios a base de preguntar la lección a nuestros hijos a leerles la validez del forfait; de usar sábanas y mantas a taparnos con edredones; de lavar pañales con chimbo a usar dodotis; En fin, de vivir más sacrificadamente a gozar más placenteramente a ritmo de “Waka waka” aunque no vaya el cuento con nosotros; Y de ver la televisión en blanco y negro a dejar de compartir vuelo con el pájaro de EITB porque mi cerebro es incapaz de descodificar ante qué canal está desde que abrieron el informativo con la muerte de José Luis López Vázquez.

Por supuesto, todo tiene consecuencias. La búsqueda de la comodidad, la socialización del principio del mínimo esfuerzo y la necesidad del placer inminente nos ha alejado de la serenidad, de la reflexión, de la sobremesa. De la comunicación. ¿Y hay manera alguna de trasladar los valores de toda la vida a nuestros descendientes que no sea hablando? Por que creer que más vale caer después de haberlo intentado a no intentarlo, no tiene nada de retrógrado. Por que enseñar que todo cuesta mucho, nunca pasa de moda. Por que bajarse a la altura de quien te está mirando a los ojos vale más que subirse a la chepa de quien te está retirando la mirada.


Aunque la crisis nos azote fuerte, todavía no sabemos qué es pasar hambre. Es más. Nos zamparemos algún polvorón menos del deseado por miedo al colesterol y a la báscula. Sí. Y esperaremos que caiga algún décimo caliente de lotería, “para recuperar lo echado”.


La mayoría ha alcanzado un nivel de riqueza tal, que ahora el problema es no llegar para un tratamiento de blanqueamiento de dientes cuando en Marrakech, que está cerquita, siguen vendiendo muelas sueltas en playeras mesas de plástico y vasos de agua que transportan en un bidón que nuestros técnicos de sanidad no ven ni en sus peores pesadillas. Pero ni viviendo como vivimos puede nunca ser grotesco hablar de pobreza, ni es indigno el que la padece. En el país de las certezas, el que vive continuamente pendiente de su curro es un trepa o un enemigo del sindicalismo. Y el que está en paro se avergüenza de decirlo porque reconocer que no llega a fin de mes saca los colores a pesar de todo.

Y en ésas estamos. Tenemos una gran interrogante. ¿Queremos vivir como hasta ahora? Si es que sí, tenemos que hacer un gran esfuerzo por crear empleo y riqueza. Como portavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales, creo que una de las frases que más he repetido es que primero, hace falta crear, para luego repartir. Sin duda, la mejor política social es una buena política de empleo. Y para ello, instituciones, empresas y trabajadores tenemos que ir en la misma dirección, porque nuestras hipotecas de nuevo rico requieren de una mayor competitividad, sinónimo de esfuerzo, trabajo, compromiso y solidaridad. Y tenemos que educar a nuestros hijos sobre esos mismos valores porque no se van a encontrar con un mundo más generoso que el que hemos conocido nosotros. Si todos queremos vivir bien, con un mínimo esfuerzo de todos, nos será más fácil que con el esfuerzo titánico de unos pocos. Los valores son como el turrón. No pueden faltar.

Os deseo a todos felicidad para el 2011. No esa felicidad absoluta de la que el género humano aspira pero carece, si no ésa otra que permite que hagamos más felices a los que están a nuestro alrededor. Ondo izan!

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