miércoles, 21 de julio de 2010

Udako ikastaroak



Discurso ofrecido en el marco de los cursos de verano bajo el título "De la Ilustración a la innovación". Diserto sobre la identidad vasca y los valores en el siglo XXI. en formato pdf .

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domingo, 18 de julio de 2010

Compartir el delantal y la mopa, ¿tarea imposible?

ASIER ARANBARRIPortavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales 

Hubo un tiempo en el que el marido se dedicaba a producir y la mujer a reproducir. Tiempos en los que en las cocinas nunca faltaba a quien acunar. Llegaba la hora de cambiar los azulejos y la cuna seguía allá. Y la madre. Parto tras parto. Cocinando y limpiando. Acunando y cuidando de todos. El jornal era cosa de hombres. La cartera también. Cuando la planificación familiar empezó a ser posible, las cuentas corrientes de muchas familias empezaron a engrosarse ligeramente. La mujer llevaba a casa una “ayudita”. De cara al mercado laboral, seguía siendo ciudadana de segunda. Por aquel entonces, todavía hombres y mujeres se santiguaban en el portal. Hasta que llegó la verdadera revolución.  La mujer dejó de bordar sábanas y decidió retrasar la maternidad para dar el gran salto al mercado laboral. Se enfundó el buzo y el traje de chaqueta. Pero se le olvidó quitarse el delantal y pasárselo al marido. Compartir con ellas por igual el delantal y la mopa es el gran reto del hombre del siglo XXI. “No es que mi marido no pase la fregona, pero es que ¡tengo que decírselo!, ¡como si no tuviera ojos, tú!”; “¿Por qué me echa en cara que no hay naranjas en el frutero si no las hay ni para él ni para mí?”, se quejan. Y con razón. Tarea agotadora la de gestionar un hogar. Puede que por eso, los hombres prefiramos o hemos preferido hasta que hemos podido, pasar horas muertas en nuestros puestos de trabajo con una retahíla de excusas a preparar biberones o a aguantar los berrinches de nuestros pequeños futuros herederos. Alargamos lo que sea para llegar a casa con cara de besugo ahogado y encontrarnos con nuestros angelitos dormidos en sus sacos de Spider Man o Hello Kitty. Eso, o convertir la televisión en canguro de niños. Pero la conciencia es como la humedad de estos días de calor en los que al mínimo roce, el cuerpo se te queda pegado a cualquier cosa. No te puedes desprender de la conciencia a tu antojo. Es cuando te dispones a calzarte las zapatillas de casa cuando te entran ganas de llorar. Vuelves a la habitación preguntándoles si están dormidos. Están sopa.  Sí, es el mundo al revés. Te reúnes con tus superiores cuando tienes que recoger a tus hijos de la guardería, vas a llenar el carro cuando los tienes que bañar y abres la puerta de casa cuando ya es tarde hasta para enfadarte con tu parienta. “¿Cuándo piensas dejar de vivir para trabajar?”, te preguntas.

Los horarios con los que funcionamos son tan incoherentes respecto a la conciliación familiar y laboral como ver a un panadero sindicalista con panes recién horneados bajo el brazo un día de huelga. Y hablando de huelga, si los aittittes y amamas que cuidan de sus nietos convocaran una huelga o pidieran una tregua, el país entero se paralizaría de inmediato. Al igual que si lo hicieran todas aquellas personas que cuidan de sus familiares mayores dependientes. Si la vida es un chasquido, del balanceo de la cuna a una cama de residencia hay menos de un parpadeo. La gran mayoría tenemos en nuestras familias a personas dependientes, sean menores o mayores. Su cuidado nos afecta a todos. Queremos calidad de vida para todas ellas. Si nos cuesta separarnos de nuestros retoños para dejarlos al cuidado de terceras personas, más nos tendría que costar sacar a nuestros aitonas y amonas de su hogar de toda la vida para ingresarlos en algún centro, como si ya no les quedará nada más que hacer que oír el canto de los pájaros. Tenemos guarderías y centros de día, servicio de asistencia domiciliaria, udalekus o plazas de residencia para los meses de verano, etc. Pero conciliar, hoy por hoy para muchos, es como meterte al agua y no mojarte. Hoy nadie duda de que la presencia de la mujer en el mundo laboral ayuda sobremanera a enriquecer nuestro capital humano. Hemos avanzado. En las entrevistas de trabajo, ya nadie se atreve a rechazar una candidata por estar embarazada (o eso quiero pensar), algo que ocurría no hace mucho. Sin embargo, siguen siendo las mujeres las que se acogen a excedencias o reducciones de jornada. Las que se ven obligadas a optar por un puesto de trabajo por su horario y no por su nivel de cualificación. Ellas siguen teniendo que sacrificar su carrera profesional mientras instituciones, patronal, sindicatos, comerciantes y demás agentes socio-económicos dejamos que pase el tiempo sin que seamos capaces de agarrar al toro por los cuernos. Las empresas y las instituciones públicas están condenadas a adoptar una actitud familiarmente responsable, no sólo por la calidad de vida de sus trabajadores, sino por ganar en rentabilidad y competitividad. Todos tenemos que abogar por racionalizar los horarios si queremos que esta sociedad reme en buena dirección. Porque hay otra cosa en juego: los valores. Es en casa donde los niños tienen que aprender, entre otras cosas, lo que es el esfuerzo, el respeto y la tolerancia. Y para ello, hace falta invertir tiempo.

Asociaciones como Hirukide, entre otras muchas reivindicaciones, creen que hay que aplicar la discriminación positiva del hombre a la hora de dar subvenciones, para que cada vez sean más ellos quienes soliciten una excedencia para cuidar de los suyos. Puede ser una fórmula para llegar a una igualdad en los porcentajes. Pero el éxito radica en que ninguno de los cónyuges tenga que dejar de trabajar. ¿Cómo? Con flexibilidad de horarios, trabajo a domicilio, videoconferencia para reuniones, desayunos de trabajo y no comidas, jornada intensiva en verano, etc. No hablo de igualdad, sino de innovación. Tampoco hablo de gasto, sino de inversión. No hay día en que no oiga o lea la palabra “conciliación”. La sociedad la está pidiendo a gritos. Por ello, desde las Juntas Generales, y por iniciativa del PNV, solicitamos a la Diputación que, en el marco de Gipuzkoa Aurrera, estudie una batería de medidas para poder pasar de las palabras a los hechos, y para ello, acabamos de crear una ponencia. Porque una cosa es saber lo que queremos y otra ver qué grado de viabilidad tiene. En ese sentido, las instituciones deberían premiar a las empresas familiarmente comprometidas con incentivos fiscales. Podría ser una medida eficaz. Pero para que los padres o los hijos –según se mire- puedan seguir trabajando seguirán haciendo falta guarderías para menores o centros de día para mayores. Habrá que ir pensando también en nuevas fórmulas como pueden ser cooperativas de padres para crear guarderías, asistencia domiciliaria para niños, etc. La sostenibilidad de todos estos servicios pasa, a mi entender, por una colaboración público-privada, porque la visión de la administración como la gallina de los huevos de oro es errónea y está caduca. Es una cuestión en la que todos nos tenemos que implicar si queremos que la mujer sostenga ambas facetas: la de producir y la de reproducir,  la cartera y la cuna.

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