Tenemos tan asimilados nuestros roles y somos tan poco valientes ante la amenaza de ser criticados y comentados, que casi nadie sale del guión. Y es justo lo que hicieron Rosa Rodero y Cristina Sagarzazu al acudir al homenaje de Santi Brouard y Josu Muguruza. En este país, tenemos una patología crónica que se presenta en el enorme hermetismo para ponerse en la piel del otro. Cada uno lleva su propia etiqueta. Rodero y Sagarzazu llevan la de “viudas de ertzainas muertos en manos de ETA”. Los familiares de Brouard y Muguruza llevan la de “víctimas del GAL”. El dolor de unos y otros es el mismo. La violencia ha mutilado sus vidas. Es lo que les une. Y han convertido lo solitario en solidario. Ahí nadie es quien para decir nada. Les debemos un respeto absoluto. Todos. Creo que el dolor silenciado que ha sufrido este país nos ha convertido en una sociedad de acero, inflexible. A pesar de todo, lo seguimos siendo. La postura de Rosa y Cristina es un ejemplo de cómo empezar a derretir todo el hierro que llevamos. Ojalá nos de mucho el sol. Al final, serán las propias víctimas quienes se unan, mientras quienes se deben a determinadas siglas o se asientan en determinadas cúpulas sigan cercenando esas vías.