miércoles, 31 de marzo de 2010

Un post-it de por vida en las neuronas

ASIER ARANBARRI URZELAI Portavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales de Gipuzkoa

Al nacer no somos más que hijos. Antes de que acabe el eco de la dichosa frase “¿cuándo va a estar mejor que ahora?”, nos vemos convertidos en novios, maridos, padres o ex maridos, aunque el orden da igual. Y llega el punto de retorno. Ocurre en ese preciso instante en el que nos abrimos al grito de nuestra conciencia. “Ha llegado la hora de empezar a preocuparte por tus padres, al igual que hasta ahora ellos lo han hecho contigo”. Y ya nada vuelve a ser igual. No nos desprenderemos de esa sensación. Es como llevar un post-it de por vida en las neuronas. Volvemos a ser hijos. Ya no para pedirles algo de calderilla o aconsejarles masajista, sino, para acompañarles en su día a día y aliviarles el temor a la soledad y a la muerte. Un miedo desconocido e inexistente en la infancia se convierte, con el paso de los años, en un miedo que te martillea constantemente. Y tú te ves inmerso en un círculo. Tanto tus padres como tus hijos necesitan tu cariño, tu tiempo, tu sonrisa. Ser hijo y ser padre significa a veces olvidarte de ti mismo.

A las ocho de la mañana la escena se repite en miles de hogares: te dicen “bueno, hoy puedo llevarlos yo al cole, recóge tú a Janet a las cinco, porque yo no puedo acompañar a judo a Mikel, además tengo que pedir permiso para salir media hora antes porque tengo dentista, y Janet luego no vendrá hasta la ocho porque tiene clarinete y la compra la tenemos que hacer a medias. Compra tú una barra de pan para cenar que yo ya me encargo de las pechugas. ¡Ah! ¡Y no te olvides que hoy viene el técnico de la lavadora y además, hay reunión de escalera!”. Suena más a un silogismo con una clara deducción. Claro, ¿y el índice de natalidad? Tengo entendido que cuantos más niños o más mujeres en el mercado laboral, menos impuestos habrá que pagar, o al menos, podré vivir más o menos como hasta ahora, ¿no?

Para cuando llegan las pechugas al plato, ya estamos pensando en el día siguiente. La olla-exprés es nuestra salvación. Para que luego digan que son los americanos a los que les va la comida rápida… No. Llama la abuela por teléfono con cualquier excusa. Los peques no quieren ponerse al habla y lloran porque tampoco quieren ponerse el pijama. Y sus lloros hacen coro con el ronroneo de la tele, mientras mi mujer me mira con cara de “haz algo”. Me entran ganas de meterme en Facebook y hablar de las orcas. O mejor dicho, que hablen otros. A mí me basta con respirar. Y cuando estoy dispuesto a pinchar el primer trozo de pollo, me viene a la cabeza la palabra “conciliación”. Un concepto que tiene que pasar a formar parte de nuestra práctica diaria. Bien. Tenemos la fórmula. Conciliación familiar y laboral. ¿Para qué? ¿por qué? Porque nuestras hijas e hijos nos necesitan, así como sus aittittes y amamas. Con el actual modelo social, ¿creen que van a poder morir tranquilos en su propia cama como realmente se merecen? Y os pregunto a vosotros, a los futuros padres, ¿creéis que estaréis presentes cuando vuestro campeón empiece a dar sus primeros pasos? Cosa difícil. Os aconsejo que quien cuide de vuestros peques lleve siempre consigo una grabadora para cuando diga “aita” o “ama” por primera vez. También los aitas pensamos así, aunque parezca que este tipo de sentimientos son patrimonio de las madres. Todo esto tiene consecuencias, claro. En algún blog he leído que en Japón se están enfrentando al fenómento del “niño caracol”, adolescentes que se encierran en su habitación, incapaces de enfrentarse a la sociedad.

Lamentablemente, no hay más que extremos. O no tenemos trabajo o no tenemos tiempo. Y me pregunto: ¿qué podemos hacer nosotros, los políticos? ¿Por ejemplo, como dije en algún otro artículo anterior, ver si se pueden dotar de incentivos fiscales las empresas que de verdad intentan conciliar la vida de sus trabajadores? Desde EAJ/PNV vamos a presentar una propuesta no de norma en Juntas Generales para que en un plazo de seis meses, y dentro del marco de Gipuzkoa Aurrera, la Diputación Foral de Gipuzkoa haga un estudio para ver la viabilidad de este tipo de medidas destinadas a hacernos más fácil el día a día. Incluso las empresas salen ganando porque hay menos absentismo y mayor rendimiento.

Llega la hora de la innovación de las personas, del reconocimiento del capital humano del que disponemos. Porque en Gipuzkoa, seamos lo que seamos, somos pocos. El valor está en las personas. Por eso, la nueva cultura empresarial tiene que esforzarse por cuidar su equipo humano. Por hacerle feliz en la medida de sus posibilidades. Hay fórmulas sin explotar y es hora de dar paso a una nueva era en la que las comidas de trabajo formen parte del pasado, lo mismo que las reuniones a las 18.30h. Si no lo hacemos así, estaremos perdiendo todo el potencial que la mujer puede dotar al mercado laboral. Por mucha igualdad que reivindiquemos, me da que la mujer no está dispuesta a acepar ofertas de trabajo que exijan sacrificar demasiado a la familia. El hombre sigue queriendo ascender profesionalmente cueste lo que cueste, mientras que para la mujer lo primordial es su horario de trabajo.

Pero para que todo encaje hace falta otro modelo social que sólo construiremos con el esfuerzo de todas y todos. Partidos políticos, sindicatos, patronal, demás agentes socio-económicos, centros de formación y ciudadanía tenemos un gran reto: decidir cómo queremos vivir por el bien de nuestros padres y nuestros hijos, sin olvidar que algún día seré yo quien suplique que no me cambien de cama porque no soporto el olor de otras sábanas que las que me han arropado desde siempre. Como portavoz de EAJ/PNV en Juntas Generales os lanzo desde aquí una invitación para que poco a poco le vayamos dando la vuelta a esta situación que nos está ahogando.

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